Como muchos de los momentos importantes de la historia del Real Madrid, esta Liga anoche facturada brota de un revolcón. Va en el ADN del club el resurgir del lodo, sea en las noches de remontadas europeas o en Lisboa. Hacer las cosas muy mal para luego corregirlas a lo grande. Pocos escudos tienen esa capacidad de resucitar, ese gusto por los momentos explosivos, como las parejas que disfrutan de la bronca y la posterior reconciliación. Un viaje apasionante. Y estresante.
El nuevo Madrid campeón de Zidane surge de un final de temporada 2018/19 pésimo, que no mejoró ni con la repentina vuelta del francés, coronada por un amistoso de bochorno ante el peor rival posible.
«Ellos se lo han tomado como una final», dijo Ramos en Nueva Jersey tras caer por 7-3, en una frase que terminó de amargar la madrugada a los seguidores blancos, convencidos muchos en pleno verano de que el curso sería una ruina sin solución. Olvidaban ellos y todos los analistas (también el que escribe estas líneas) que enterrar al Madrid con prisas no suele ser buena costumbre, sobre todo cuando en la ecuación aparece Zidane, un auténtico hechicero de títulos.